Cazando en la oscuridad

Cuando observaba los cuadros de Paquita al principio, había algo aparentemente contradictorio: no encontraba referencias espaciales. Es preciso aclarar que la conocí ya en su etapa tridimensional, no en sus trabajos de dos dimensiones. El caso es que sus luces, sus formas, estaban en un espacio informe, apenas definido. Las más de las veces se resolvía como un fondo homogéneo, acorde al conjunto que se definía. A veces era un aura de la composición central. Otras, se iluminaba por las chispas energéticas que desprendían la relación –el amor/odio- de sus seres geométricos.

Esa contradicción estaba latente en mi intelecto y no la verbalicé hasta que Francisca dio el siguiente paso. Cuando hace pocos meses empezó a materializar “su espacio” mediante redes, corrientes, hilos, me di cuenta de que hasta entonces eran los propios personajes quienes lo definían. No se trataba de un entorno cartesiano, con unos ejes previos en los que se colocan los objetos. Era más bien entrar en un sitio enorme, sin límites aparentes, predominantemente vacío, a oscuras, y esperar. Sólo cuando “algo” se enciende, ya sea por sí o por la relación con otros, se ilumina una zona periférica y se autodefine un lugar. La labor de la intrépida aventurera es cazar esas imágenes y traerlas al mundo físico. Su mejor regalo, capturar el alma de sus presas y comérselas si merece la pena. Es decir, aprender y evolucionar, procesando en sí misma esa carne, esas formas que han vivido y ahora necesitan ser parte del cuerpo de la artista. ¿Por qué, si no, se han puesto a su alcance?

El bosque oscuro en el que se adentra Francisca-Diana le va resultando más y más conocido. Por eso su atención puede captar nuevas estructuras alrededor de donde suceden sus dramas. ¡Sigue adelante, cazadora! Te esperamos con la mesa puesta para cantar tus hazañas en el ágape con que nos deleitas.

Juan Antonio Aguilera Díaz

Julio de 2007, mes de Atenea