Desde mi taller estoy pintando un nuevo cuadro. La obra cobra vida y comienza a materializarse casi por sí misma. Los colores surgen de la paleta pasando al pincel con mágica electricidad. La pintura, mi obra, empieza a hablar. Dialoga sin palabras. Es un lenguaje visual. El lenguaje del color, que atraviesa espacios desde el lienzo hasta el infinito. Habla de mundos que no conozco. Se transforma en luz.
Una pincelada blanca va más allá del espacio cósmico. Se mezcla con el azul y, entre el azul y el blanco, crean un degradado que reposa en paz y llena de alegría iluminando el cuadro.
Los rojos son como un torrente desbordante de energía, que tratan de la vida, de la intensidad de la biología intercelular.
Los verdes exhiben una sensación de calma y armonizan con los sentidos de la vida.
Negro, blanco y amarillo, todos son color, todos son luz.
Con la pintura encuentro la felicidad, porque es un regalo poder trabajar y hallar, a la vez, la explicación a ese misterio que denominamos arte. Desde que tengo uso de razón he estado enamorada del arte. Porque, en el arte encuentro la esencia de la vida misma. Una vida más allá de la materia. Una vida que traspasa el infinito, el espacio y el tiempo.
El arte no me pertenece. No lo posee nadie.
El arte se escribe con letra ilegible, se razona sin razón, se encuentra en el corazón del que lo siente.
En el arte está Dios hablando al corazón de los hombres, diciéndoles que sigan caminando con valentía, animándoles en la encrucijada.
El Todo está en el infinito arte.
Francisca Blázquez